Ajenos a lo que les rodea, Eusebio y Gustavo charlan animadamente. Ya hace años que están jubilados y sus días no conocen el ajetreo y la actividad de tiempos pasados en los que las jornadas laborales marcaban sus días.
Eusebio abrió su propia tienda cuando apenas tenía 21 años. Su tío Martín le ayudó económicamente y ése fue el impulso que necesitó para llegar a Madrid desde su Zamora natal. Al poco tiempo llegaría Estrella, su novia desde la infancia y con la que, cuando ambos cumplieron 20 años, contrajo matrimonio. Fue una boda sencilla, como las de entonces. Ese mismo día fue cuando Martín le ofreció a Eusebio su ayuda para montar su propio negocio en la capital. Eusebio no lo dudó, y aceptó la oferta. Pronto entendió que era una oportunidad que no podía dejar pasar.
Eusebio había encontrado un bonito piso a sólo unas calles del local de la tienda y había preparado con mimo las cosas básicas de la casa para la llegada de Estrella. Poco tardó en llegar su primer hijo, Ernesto. Y muy seguido, con apenas año y medio de diferencia, nacería María.
Eusebio se hizo rápido a la nueva vida de la gran ciudad. A Estrella le costó un poco más. Echaba de menos a sus hermanas y la vida de provincia de Zamora. Pero en el fondo estaba contenta por la oportunidad que les había brindado el tío Martín y sabía que la capital podía ofrecerles un mejor futuro para sus hijos. Esa era razón suficiente a la que aferrarse cuando le invadía la nostalgia zamorana.
La tienda era el sustento de la familia. Con ella lograban cubrir todos los gastos y vivir con cierta holgura, que no lujos. El único lujo que se daban eran sus vacaciones veraniegas en Galicia. Viajaban en el Seiscientos. Luego en el Ford Fiesta. Y a la vuelta, pasaban siempre unos días en Zamora.
La jornada de trabajo de Eusebio era prácticamente interminable, siempre había cosas que hacer. La de Estrella también. Ella se encargaba de los niños y la casa, y también se involucraba en los quehaceres de la tienda. Con el tiempo, el trabajo de Estrella en la tienda era esencial.
Estrella murió joven, con 56 años. Ernesto y María estudiaron los dos derecho en la Universidad Complutense. Eusebio continuó con su tienda hasta su jubilación.
Hace años que Eusebio vive solo. Los domingos recibe la visita de María. Comen juntos sopa de arroz y pollo en pepitoria y charlan hasta que, a media tarde, María se va. Y Eusebio continúa con su semana. Sus días pasan entre paseos, charlas, tardes de tele y sofá y los crucigramas del periódico. Los martes y sábados por la tarde no falla a la partida de mus en el Bar Camacho. Su pareja de juego, desde hace 20 años, es Gustavo.
Gustavo y Eusebio se conocieron en la tienda. Es uno de esos clientes que el roce diario hace que se conviertan, primero en amigos, y luego casi en familia. Gustavo y su mujer Clara son del barrio de toda la vida. Viven justo en el edificio en el que Eusebio tenía su tienda. Gustavo era ingeniero, como su padre. Clara trabajaba, junto a sus hermanos, en la empresa familiar. Gustavo y Clara nunca tuvieron hijos.
La jubilación para Gustavo fue un duro golpe. La inactividad le podía. Y le invadió una enorme depresión. En esos días, las mañanas compartidas con Eusebio fueron su salvación. Primero en la tienda. Bajaba a eso de las once y allí se quedaba. Echaba una mano a Eusebio en todo lo que podía y, si no había mucho que hacer ese día, se sentaba en el banco de madera que estaba a la derecha del mostrador, en el que solía sentarse Estrella por las tardes a hacer punto, mientras esperaba que entrase algún cliente. Allí sentado, Gustavo conversaba sin parar con Eusebio. También con los clientes que entraban y salían. Al principio a Eusebio, la compañía diaria de Gustavo, le agradaba. Estaba más entretenido y acompañado. Con el tiempo, la presencia de Gustavo en la tienda, era esencial.
Cuando Eusebio se jubiló y traspasó la tienda, siguieron encontrándose en el banco. Ahora en el banco de madera de la calle. Cada día. Todos los días. Desayunan cada uno en su casa, y a eso de las once ninguno de los dos falta a su cita. Los martes y sábados hacen doblete, por la mañana en el banco y por la tarde vuelven a encontrarse a las cinco para su partida. La complicidad de su amistad, también se refleja cuando juegan al mus. Son invencibles. Y eso les llena de orgullo a los dos.
Para Eusebio y Gustavo su cita en el banco es incuestionable. Es algo ineludible. Organizan sus días en torno a ella. Allí sentados, sin importar el frío o el calor, conversan de política, de fútbol, de la vida… ajenos a lo que les rodea. El tema es lo de menos, nunca les falta uno.
Un banco y una conversación, eso es todo para estos amigos.
* Las FOTOGRAFICCIONES son una combinación de fotografías + relatos de ficción, y por tanto los protagonistas de las fotografías no son los protagonistas de los relatos.