Croquetas de… Memoria visual
Es curioso cómo algunas personas tienden a recordar mejor que otras los nombres de personas, de lugares, de calles… Conozco gente que en una fiesta o evento, en la que hay multitudes, no tendrán problemas para recordar los nombres de todas las personas con las que hablaron. Y eso se repite en el resto de días de su vida, por lo que imagino que sus agendas mentales están repletas.
Yo no soy de ese tipo de personas. La mayoría de los nombres pasan por mí sin dejar huella. Y para que queden registrados en mi agenda mental debo prestar especial atención para que así sea. No creo que ésta sea una cualidad positiva pero, aunque no lo quiera, es una peculiaridad que me caracteriza y con la que he aprendido a convivir en armonía.
Y quizás como consecuencia de ello, aunque no sé si científicamente están intrínsecamente relacionadas, mi memoria visual es infalible. Puede que no recuerde el nombre de una calle, pero si he estado allí antes, rehago sin problema el camino a dicho punto.
Mapa personal de detalles visuales
Como si de un piloto automático mental se tratara, comienzo a caminar y encuentro la calle gracias a lo que definiría como un mapa personal de detalles visuales. Carteles de tiendas, escaparates, edificios, portales, señales… me van guiando. Es curioso, porque no es que vaya fijándome especialmente en todos esas cosas a propósito la primera vez que las veo, a modo de pistas que sirvan para guiarme posteriormente, sino que simplemente aquello en lo que se posa mi mirada, permanece en mi memoria. No sé cómo explicarlo.
También me pasa con rostros de gente. La cara de una persona con la que hablo, con la que coincido en algún sitio, con la que de alguna forma tengo relación, aunque no tiene ésta que ser muy cercana, queda grabada para siempre en mi memoria. A menudo me ocurre que voy por la calle y me cruzo con una cara a la que reconozco. Casi automáticamente mi mente empieza a adentrarse en detalles memorizados, descartando unos elementos y uniendo otros, hasta dar con el punto concreto en el que esa cara con la que me acabo de cruzar y yo hemos coincidido con anterioridad.
Situaciones comprometidas y destino
Claro está que esta memoria visual de las caras también te lleva a veces a situaciones comprometidas… porque si ese hilado mental de elementos para saber de qué o de dónde me resulta familiar ese rostro, no es lo suficientemente rápido, entro como en bucle: le saludo o no le saludo…
Con el tiempo he aprendido a que es mejor no saludar, hacerte la despistada, e incluso esperar a que sea la otra persona la que dé el primer paso. Esto me ha ahorrado muchas situaciones embarazosas tipo: “¿te conozco de algo?” o “ahora no caigo”, de las que he tenido que salir airosa en más de una ocasión.
Pero, a cambio de evitar estas incómodas respuestas, también he perdido la oportunidad de saludar a personas a las que me hubiese encantado hacerlo pero que, dado que el periodo de duda mental para desenredar de quién se trata realmente se alarga más de lo necesario, esa oportunidad se te escapa para siempre. Me ha pasado en el metro alguna vez. Y cuando esto último ocurre, tiendo a consolarme (también mentalmente) pensando en que quizás el destino vuelva a ubicarnos en el mismo vagón algún día.