“Estamos perdiendo la capacidad de disfrutar de los momentos importantes” escribía el fotógrafo Miguel Ángel Morenatti en Twitter. La fotografía que acompaña este tweet lo dice todo y sobran las palabras, sin embargo, la reflexión del fotógrafo es algo que, quizás por deformación profesional, a menudo me planteo.
Es curioso cómo algunas personas tienden a recordar mejor que otras los nombres de personas, de lugares, de calles… Conozco gente que en una fiesta o evento, en la que hay multitudes, no tendrán problemas para recordar los nombres de todas las personas con las que hablaron. Y eso se repite en el resto de días de su vida, por lo que imagino que sus agendas mentales están repletas.
Hay trabajos fotográficos que, aunque están inmensamente alejados del tipo de fotografía que yo hago, me inspiran y me transmiten tanto que sencillamente no me canso de verlos. Es el caso del trabajo de la fotógrafa finlandesa Aino Kannisto que pertenece a la Helsinki School y mi primer contacto con su trabajo fue en una exposición en el Stenersen Museet de Oslo hace ya varios años.
Los doctores de El Manicomio están tan habituados a las locuras y ya saben que me dejo enloquecer que, de vez en cuando, cuentan conmigo para grabar algunos de sus singulares espectáculos multidisciplinares. El último en el que participé fue el emocionante concierto de Joanna Wallfisch, una artista londinense que actualmente reside en Nueva York, cuyo repertorio no podía mimetizarse más a la perfección con el intimismo que caracteriza a esta sala, que de lunes a viernes es un plató audiovisual, fotográfico y estudio de grabación de sonido, pero que los fines de semana se transforma en una enloquecedora boiler room.
A veces hay cosas que te dice alguien que, por la razón que sea, te marcan tanto, que tu mente las reconstruye con frecuencia. Es como un eco que resuena una y otra vez dentro de ti. Recuerdas entonces muchos de los detalles de la situación en la que los oíste por primera vez y, cuando mentalmente estás en ese proceso, parecen tan reales, que no importa el tiempo que hace desde aquel momento, porque lo tienes tan presente, que parece que lo estuvieras viviendo en ese mismo instante.
Muchas veces lo ajeno te resulta más atractivo que lo propio. Así me sentí yo la semana pasada, tras visitar un convento de clausura en Valdemoro. Fui con el que fuera mi jefe y ahora amigo, Gonzalo Castillero, que iba a hacer una entrevista a unas monjas clarisas ahora que se cumple el 400 aniversario del monasterio en el que dedican su vida a Dios y a la oración. Cuando me preguntó si podía acompañarle para hacer las fotos, no lo dudé.