Humanae Angelica Dass

Croquetas de… Color de piel

Me fascina la pureza que tiene la mirada de los más pequeños de la realidad que nos rodea. Ójala pudiésemos mantenerla para siempre. Seguramente viviríamos en una sociedad más justa, más pura. Pensaba esto mientras pedaleaba esta mañana de vuelta a casa después de dejar a mi hijo en el cole.

 

Justo cuando entrábamos al cole, delante nuestro iban tres hermanos negros. Y con esa curiosidad pura por todo lo que ve, me dice: “Mamá esos niños son negros, ¿por qué?”. La respuesta inmediata que me ha salido ha sido algo así como: “Son negros porque el planeta está poblado por gente de diferentes razas. Todos somos iguales en todo lo demás, aunque nuestro color de piel sea diferente. Incluso cuando nuestro color de la piel parece el mismo, no lo es, y es que en realidad todos somos únicos, aunque aparentemente no lo parezca”. Y pensativo ha seguido caminando mirando a los tres hermanos.

 

No hace mucho también me llamó la atención su reacción respecto a este tema. Estaba viendo Charlie & Lola, unos dibujos animados británicos que son muy buenos. Lola, una de las protagonistas, tiene una amiga negra con la que vive muchas de sus aventuras. Y cuando más tarde me estaba contando algo de lo que pasaba en el capítulo que acababa de ver, me dice: “La amiga de Lola, la que tiene el pelo negro, estaba buscando fósiles entre las piedras…” Y me llamó poderosamente la atención la poca importancia que le daba al color de piel. Era evidente que para él, no era algo representativo para describirla, sino que era mucho más representativo el color de su pelo, algo que socialmente no tiene las connotaciones o los significados impuestos que tiene el color de nuestra piel. Me gustó tanto que luego lo comenté con varias personas. Y me di cuenta de que, aunque para nada soy una persona que de importancia al color de la piel, si yo hubiese descrito a la amiga de Lola, lo hubiese hecho por el color de su piel.

 

Charlie Lola dibujos animados

Humanæ, el Pantone de la piel

Y mientras seguía pedaleando esta mañana, pensando en todo esto, me venía a la cabeza el trabajo de la fotógrafa brasileña Angélica Dass que ha jugado con las tonalidades de la piel de miles de personas comparándolas con la guía cromática de Pantone. Su proyecto se llama Humanæ. Una fascinante exploración, que está íntimamente ligada al origen multirracial de la fotógrafa, que ella misma describe así:

 

Nací en una familia llena de colores. Mi padre es hijo de una criada de quien heredó un tono chocolate negro intenso. Fue adoptado por los que yo conozco como mis abuelos. La matriarca, mi abuela, tiene una piel de porcelana y el pelo parecido al algodón. Mi abuelo estaba entre un tono vainilla y yogur de fresa, como mi tío y mi primo. Mi madre es la hija de piel canela de una nativa brasileña, con una pizca de miel y avellana, y un hombre que es una mezcla de café con leche, pero con mucho café. Ella tiene dos hermanas. Una tiene una piel de cacahuete tostado y la otra, también adoptada, es más de color beige, como una tortita. Por crecer en una familia como ésta, el color nunca fue importante para mí. Pero fuera de casa, las cosas fueron muy pronto diferentes. Y el color tenía muchos otros significados”.

 

Cuando he leído esto me he acordado de algo que me sucedió cuando llegué a Edimburgo. Entre los papeleos y formularios que tuve que tramitar para formalizar la residencia, había una pregunta en la que me detuve. Era la raza. Nunca antes, me había parado a pensar qué raza era la mía, y mucho menos marcar con una X la que correspondiese. Pero ahí estaba, frente a esa pregunta, planteándome oficialmente cuál era mi raza. Un pequeño detalle que revela cuál es la relevancia que como sociedad le damos a ello. Pero, ¿es o debe ser algo relevante? Rotundamente no.

 

Sin duda, la mirada de los más pequeños no tiene todos esos significados de los que habla Dass, y sería genial que no los adquiriesen nunca. Que pudiesen mantenerse ajenos a todos esos significados a los que hace referencia esta fotógrafa y que, en mayor o menor medida, la mayoría de personas tenemos adquiridos, aunque luchemos por no hacerlos patentes. Porque en realidad no son innatos para nosotros, sino impuestos social y culturalmente.

 

Y si lográsemos que esa mirada pura se mantuviese el resto de nuestra vida, por generaciones y generaciones, conseguiríamos que desapareciesen, no sólo el racismo como tal, sino todo lo que éste lleva asociado.

 

Quizás en nuestra generación sea demasiado tarde, pero me gusta pensar que no lo es para la de nuestros hijos. Trabajemos entre todos para que así sea. Porque como sociedad, lo merecemos y lo necesitamos.

 

Foto: Angélica Dass / Humanæ

 

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