Me fascina la pureza que tiene la mirada de los más pequeños de la realidad que nos rodea. Ójala pudiésemos mantenerla para siempre. Seguramente viviríamos en una sociedad más justa, más pura. Pensaba esto mientras pedaleaba esta mañana de vuelta a casa después de dejar a mi hijo en el cole.
Los días de cualquier persona están repletos de historias. Si nos paramos a pensarlo, casi desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, estamos escuchando, leyendo, viendo o contando historias.
Seguro que muchos habéis leído y oído sobre Bitcoin y la tecnología que la sustenta: blockchain (cadena de bloques), una moneda virtual descentralizada y su libro de contabilidad distribuido, que desde hace unos años, y con más intensidad durante los últimos meses, acapara periódicamente y por diferentes motivos titulares de prensa en los medios nacionales e internacionales.
Vivir entre dos culturas te abre los ojos a pequeños detalles, que quizás de no ser así nunca te pararías a pensar. Y no sé muy bien por qué, hoy me venía esto a la cabeza en relación a algo tan importante como son las portadas de los libros.
Me gusta pensar en las casualidades como algo natural, como causa de un destino que no llega por azar, sino que inconscientemente buscas, aunque tu consciencia no lo sepa aún, pero que precisamente por eso encuentras.
Hace unos años, trabajé en un periódico de periodicidad semanal especializado en el ámbito de la integración de la inmigración en España. Se llamaba Sí, Se Puede.