Hay recuerdos de la infancia que permanecerán por siempre inalterables. Hay personas, lugares, momentos, objetos, olores, sonidos… que te acompañan allá donde vayas, sin importar el paso del tiempo, ignorando nuevas vivencias y realidades, porque ocupan un lugar privilegiado en tu memoria, en tu ser.
Sabemos que es lo normal. Podar para que así árboles, plantas y flores crezcan con más vigor y fuerza. Pero, ¡cómo impone hacerlo! Meter tijera en frondosas ramas, no es fácil. Al menos para nosotros, urbanitas sin grandes dotes para el cultivo. Después de mucho dudarlo, el limonero que preside nuestra terraza se ha visto reducido a peladas ramas.
Mi padre es administrador de fincas, lo que ha hecho que desde pequeña haya podido conocer de primera mano los intríngulis de esta profesión, y de muchas de sus realidades asociadas: comunidad y escalera de vecinos, conflictos vecinales, problemas de impagos en las comunidades…
Es curioso que esté escribiendo esto tecleando en el ordenador, pero hoy quiero lanzar un alegato a favor de escribir a mano porque creo que menospreciamos la fuerza desgarradora que tiene hacerlo. Sí, escribir con un bolígrafo sobre un papel, ¿te acuerdas?
Despedir improvisadamente el ya viejo año y recibir el nuevo ante la inmensidad del mar ha sido un gran acierto. Mirar al horizonte del nuevo año ante el océano abierto, salvaje y caótico, a la vez que ordenado, rítmico y predecible, permite meditar con un positivismo imperturbable todo lo que 2016 ha traído y todo lo que 2017 deparará.
Para bien o para mal, soy muy friki con las tildes. No puedo evitarlo. Incluso en WhatsApp escribo con ellas. Y seguramente sea ésta la razón por la que siempre me ha inquietado escribir «sólo» sin tilde. Bueno no siempre, únicamente desde que la RAE impuso esta recomendación en 2010. Hace poco más de un año esto cambió, porque como tantos otros, conscientemente me negué a no tildarla más.